El uso de las redes sociales, la presión académica, la autoexigencia: ¿cómo afrontar la vida adulta después del paso por el Colegio Zola Las Rozas?
En un mundo acelerado, hipertecnológico y lleno de estímulos, ¿cuáles son los verdaderos desafíos a los que se enfrentan los jóvenes hoy? Las respuestas de antiguos alumnos del Colegio Zola Las Rozas nos han ofrecido una mirada honesta y reveladora sobre el impacto de la educación en su vida adulta, y han subrayado la importancia de cultivar habilidades más allá de la vida académica.
Uno de los retos más repetidos por todos ellos es la dificultad para mantener la concentración y combatir las distracciones. Irene Ruiz, estudiante del 6º año de Medicina, ha apuntado directamente a las redes sociales y los móviles como el principal enemigo de la atención sostenida. “Creo que es algo que se debe aprender también en los coles”, ha afirmado, aunque reconoce que es un reto muy complicado. Paula Salas, física y estudiante de máster, ha coincidido en que “necesitamos saber vivir fuera del mundo tecnológico, porque parece una prolongación de nuestro cuerpo”. Salas ha asegurado que lo complicado de mantener la concentración es la carga de trabajos y de actividades, pues la constante exposición genera ansiedad y lleva, en muchas ocasiones, a buscar evadirse de la carga de trabajo, ha señalado.
Pero no sólo se trata de distracción externa. Ruiz ha apuntado al síndrome del impostor, muy presente durante la carrera. Otros han señalado la presión por la excelencia, la sobreinformación y la evaluación centrada únicamente en la nota como fuentes de desmotivación y estrés. La gran dificultad que enfrentamos es “la manera en que nos evalúan, pues no se identifica el verdadero interés si se califica solo la nota”, ha explicado Salas. En este sentido, han pedido más espacios donde el alumno sea protagonista y se fomente el pensamiento crítico, la reflexión y la curiosidad.
Frente a estos desafíos, ¿se sienten preparados? Algunos, como Carla Barrera, farmacéutica, han considerado que el colegio sí les aportó valores esenciales como: formación, actitud, ganas y motivación. Ruiz ha resaltado que “las habilidades que más ayudaron en el Colegio fueron las técnicas de relajación, reconocer emociones o los trabajos en equipo”. Sin embargo, otros, como Óscar Corrochano, emprendedor, han sentido que “si nos hubieran enseñado a explorar nuestros pensamientos, saber de dónde y por qué vienen, cómo reaccionar ante éstos y ante situaciones complicadas, todo mejoraría, aunque la decisión final parta de uno mismo”.
En cuanto a habilidades clave para la vida adulta, ha habido consenso en señalar la importancia de la gestión emocional, la comunicación, el trabajo en equipo y la capacidad de autoconocimiento. “Quizás reforzaría las técnicas de comunicación como debates, comunicar malas noticias, cómo gestionar los nervios en público, la comunicación de las emociones…”, ha apuntado Ruiz.
Los alumnos también han reflexionado sobre el tipo de apoyos que marcaron la diferencia. Para Rocío Fernandez, responsable de coordinación en “Soñar despierto”, el papel de la familia es clave, “las familias deberían apoyar las decisiones que tomamos, porque muchas veces se guían por estereotipos”, ha asegurado. Ella ha insistido en la necesidad de dar espacio a la autoexigencia responsable, aquella que motiva sin dañar, desde la responsabilidad. Barrera y Salas han coincidido en que el colegio y el entorno familiar deben cultivar el bienestar tanto como el conocimiento.
Las voces de estos antiguos alumnos son una llamada a repensar la educación con una mirada más humana, integral y conectada con la realidad. Han pedido menos inmediatez y más profundidad, menos rigidez y más exploración, menos juicio y más acompañamiento empático. Porque educar hoy no es solo preparar para aprobar, sino capacitar para vivir en un mundo cada vez más complejo.