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Carmen García de Leaniz, directora del Postgrado de Experto en Inteligencia Emocional de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) y co-autora del libro “Hazte experto en inteligencia emocional”, explica en esta entrevista que la educación emocional puede ayudarles a mirar en su interior, reconocer sus emociones y buscar recursos.
Tras dos años de pandemia y una actualidad que es de todo menos tranquilizadora, ¿cómo cree que está la salud mental de nuestros niñ@s y jóvenes?
Lamentablemente, parece que la pandemia, la incertidumbre y el estrés de una sociedad actual “hiperconectada” y globalizada están pasando factura a nuestros niños/as y adolescentes, que sufren en tiempo real, las “desgracias” de cualquier punto del planeta y las preocupaciones de sus adultos de referencia. La Asociación Española de Pediatría, a principios de este mismo mes de marzo, ha advertido que esta situación de incertidumbre y aislamiento social, está dejando secuelas psicológicas como el incremento de la ideación suicida (+244,1 %), problemas de ansiedad (+280,6 %) y baja autoestima (+212,3 %).
Los pediatras señalan que, el miedo por la pandemia, el aislamiento social de los jóvenes, los problemas económicos de las familias, el duelo por seres queridos y el incremento de actividades sedentarias, han sido factores determinantes en el aumento de todos estos trastornos psicológicos.
En este entorno cada vez más cambiante e inseguro, ¿la educación emocional en las escuelas cobra todavía un mayor protagonismo?
Sin duda, los niños/as y adolescentes, necesitan apoyo y herramientas para poder afrontar y superar todos estos desafíos para los que nadie nos había preparado (a los adultos tampoco). Necesitan poder parar, para conectar con lo que sienten en su interior, reconocer sus miedos, sus preocupaciones, su tristeza o su rabia, que no es fácil. Muchos niños y adolescentes se refugian en las pantallas, las redes sociales, en la comida basura o en las autolesiones, con el fin de “parar su sufrimiento, su vacío o su malestar”. Recriminarles por tener esos comportamientos, no ayuda a resolver el problema.
Muchos niños y adolescentes se refugian en las pantallas, las redes sociales, en la comida basura o en las autolesiones, con el fin de “parar su sufrimiento, su vacío o su malestar”
Detrás de todas estas conductas, están latentes unas necesidades psicológicas fundamentales, que compartimos todos los seres humanos. Me refiero al Amor, la Seguridad y la Libertad: necesitan sentirse queridos, apoyados, integrados (amor), necesitan sentirse protegidos, tranquilos (seguridad) y necesitan poder salir y disfrutar de su tiempo libre (libertad).
La pandemia, el confinamiento, las medidas sanitarias, nos han privado en muchos casos del contacto y la conexión con nuestros amigos y seres queridos, nos han inyectado un miedo a ser contagiados o lo que es peor, a la muerte mía o de mis seres queridos; nos han impuesto “no tocarnos”, “no besarnos”, “no abrazarnos” y “ocultarnos” tras una mascarilla. Muchos adolescentes sienten que “han perdido los mejores años de su vida”, se han visto privados de la posibilidad de hacer fiestas, reuniones de amigos…
La educación emocional puede ayudarles a mirar en su interior, reconocer sus emociones, sus necesidades, buscar apoyo y recursos para gestionar su ansiedad, su tristeza o su rabia, reforzar su autoestima y cuidar sus relaciones sociales (desarrollando la empatía, la asertividad y la autonomía para resolver conflictos).
¿Cómo debe ser esta educación emocional?, ¿qué aspectos debe cumplir para que realmente sea efectiva e interiorizada por el alumnado?
El autoconocimiento, la autoestima, la gestión emocional, las competencias sociales, etc., no es algo que se desarrolle de la noche a la mañana. Lleva tiempo y, como cualquier otra disciplina (como el deporte, la música, matemáticas, inglés…), es esencial la práctica, el acompañamiento de una persona, en este caso, un “educador emocionalmente responsable” (formado, consciente y comprometido con su propio desarrollo personal y social) y la perseverancia, ya que, es una “carrera de fondo” y los obstáculos y los errores forman parte del camino y el aprendizaje.
Por tanto, un programa de educación emocional, para que sea efectivo, debe ser eminentemente práctico, vivencial, integrado en el día a día escolar. Debe ser a largo plazo, debe estar facilitado por educadores emocionalmente competentes y debe dar respuesta a sus necesidades, a los retos que necesitan afrontar en este momento vital, ofreciéndoles recursos y herramientas para cuidar su bienestar emocional y sus relaciones sociales.
¿De qué depende que nuestros niños y jóvenes tengan una salud mental equilibrada?
La salud mental de los padres, sin duda, determinará la salud mental de los hijos. Unos adultos estresados, con ansiedad, depresión o desbordados, difícilmente podrán ofrecer las condiciones necesarias para cuidar la salud mental de sus hijos.
«Cultivar una buena relación en el núcleo familiar es la piedra angular del bienestar emocional»
Por otro lado, cultivar una buena relación en el núcleo familiar es la piedra angular del bienestar emocional y, por tanto, influirá en la salud mental de los niños y adolescentes. Cuando un niño se siente querido y aceptado incondicionalmente por su familia, se siente protegido y conectado con sus padres y hermanos (cuando se siente visto, reconocido, cuidado, valorado, escuchado y respetado en el seno familiar), tendrá los mimbres para construir una sana autoestima, un equilibrio emocional y unas buenas relaciones sociales.
«Otro de los pilares para el bienestar emocional son las amistades»
Tener relaciones saludables permitirá cubrir las necesidades de integración y pertenencia a un grupo, evitando el sufrimiento que conlleva la soledad, la exclusión social o el maltrato. El colegio es un lugar donde surgen esas primeras relaciones sociales, con compañeros y esas primeras amistades, que pueden ser sanas o tóxicas. En este sentido, la figura del docente, es clave, para acompañar a los niños, tomando el pulso de su estado emocional y el clima en el grupo, para apoyarles, educando, más allá de la mente, los corazones.
Por último, el sentido, la motivación, la sensación de logro, contribución y valía personal, es otro de los aspectos que contribuyen a tener una salud mental equilibrada. En este sentido, ayudarles a que encuentren y dediquen tiempo a sus aficiones, proponerse metas personales y escolares, ayudar a otras personas, son factores que contribuirán para que tengan una salud mental equilibrada.
¿Qué pueden hacer los padres para cuidar la salud emocional de sus hijos?
En primer lugar, comenzar por ellos mismos, cuidando su salud emocional y, en caso de necesitar ayuda o apoyo, pedirlo.
A partir de ahí, cuidar el vínculo de confianza es esencial: para ello, compartir tiempo juntos es esencial (paseando por la naturaleza, jugando, leyendo…); conversar (no sólo de las obligaciones, sino de nuestro día a día) y escucharles con atención plena es otra manera de alimentar esa necesidad de cariño y pertenencia. Podemos aprovechar las cenas, las comidas o los trayectos en coche para compartir cómo ha sido nuestro día, comenzando, nosotros como adultos, a expresar cómo nos sentimos (en el trabajo, la familia, amigos..), por qué nos sentimos así y qué vamos a hacer para cuidarnos, transmitiendo una actitud positiva ante las dificultades. No podemos esperar que nuestros hijos se abran si nosotros no lo hacemos primero.
Por otro lado, es importante “dosificar” el consumo de “malas noticias” y aumentar las “dosis” de experiencias reales compartidas en el momento presente”. Practicar con ellos deporte, así como técnicas de relajación, mindfulness o gestión del estrés (por ejemplo, escuchando juntos una música relajante o un audio de una meditación guiada), pueden ser oportunidades para reforzar el vínculo y reducir los niveles de ansiedad, tanto de nuestros hijos, como de nosotros, como adultos.
«Para cuidar la salud emocional de nuestros hijos debemos dosificar el consumo de malas noticias y aumentar las dosis de experiencias reales compartidas en familia»
Por último, otro aspecto muy importante para cuidar la salud emocional de nuestros hijos será cuidar el clima familiar, las relaciones con todos los miembros de la familia. Mediar en los conflictos, no desde una posición de juez que decide quién tiene la razón, sino desde una posición de mediador que facilita el diálogo desde el respeto y la empatía, para que puedan alcanzar un entendimiento y cuidar la relación.
Un niño que se siente seguro, feliz e integrado en su familia, afrontará con más calma la incertidumbre del contexto social, abordará con más confianza sus relaciones sociales, tendrá más capacidad de concentración en los estudios y una mayor sensación de éxito personal y, todo ello, le ayudará a tener una mejor salud mental.